Había una vez un agente secreto
llamado Billy. Billy era una persona amable, feliz y bastante alto. Tenía una
novia llamada Mandy que trabajaba en una oficina inmobiliaria. Tenían dos hijos
que se llamaban Laura y Gonzalo. Su comida favorita era espaguetis con salsa
boloñesa.
Un día, mientras Laura y Gonzalo
estaban en el colegio, el jefe encargó a Billy una misión en Nueva York. La
misión consistía en acabar con toda una empresa que quería vender productos
ilegales como pañuelos de mocos, mosquetes y pistolas de agua.
Su mujer no sólo era agente
inmobiliario, sino que también le ayudaba en sus peligrosas misiones, puesto
que le gustaba tanto su trabajo como el de su marido. Como se había convertido
en espía junto con su marido, tenía la mismas misiones que él.
Laura y Gonzalo no sabían que sus
padres trabajaban de espías, y cuando sus padres salían por ahí a salvar el
mundo, se quedaban con su abuela. La señora se inventaba trabajos ficticios
para no descubrir a sus padres. Por ejemplo, una vez les decía que estaba
repartiendo muebles. Otra vez, les decía que trabajan en una empresa diseñando
ropa. En otra ocasión les dijo que estaban en un edificio fumigando
cucarachas...Como veréis, la abuela Jaqueline tenía mucha imaginación.
Cuando Billy y Mandy aterrizaron
en Nueva York se encontraron con una sorpresa. El coche que les tenía que
llevar al hotel tenía dentro un maletín con un láser, gafas de rayos x... Y su
mujer en su maletín tenía dos fotos de sus hijos y ropas especiales invisibles
para protegerse.
El coche se dirigió hacia la
empresa para ver si era cierto lo que les habían dicho y, efectivamente,
encontraron un mercado negro donde vendía todo tipo de productos ilegales. En
aquel momento se encontraron con el jefe de la mafia y se hicieron pasar por
traficantes. Compraron uno de sus productos ilegales para analizarlos y para
enviárselo al FBI. En el FBI comprobaron el delito y enviaron a todos sus agentes en
helicópteros a buscarlos. Mientras, en el super coche, Billy y Mandy analizaron
como se producían esos artefactos ilegales y se dirigieron hacia el lugar donde
los frabricaban para intentar acabar con la empresa.
La sorpresa fue que, al dar con el
jefe de la mafia, descubrieron que era el abuelo de Gonzalo y Laura, su nombre
era Riquirri. Con mucha pena, detuvieron al malechor y mantuvieron el secreto
para siempre.