Hola, mi
nombre es Eslilly y tengo 25 años. Os voy a hablar sobre un caso que
me ocurrió hace mucho tiempo y que se dio por cerrado, aunque para
mí todavía sigue abierto.
Cuando
cumplí 16 años mi familia y yo nos fuimos a vivir a Nueva York.
Hacía unos meses que mi padre había perdido el empleo y mi madre y
él decidieron trasladarse a EEUU para probar suerte. Tras un tiempo,
mi padre encontró un oficio en una comisaría de policía. Después
de ir a verle trabajar unos días, me di cuenta de que me gustaba
mucho lo que hacía, pero, cuando intenté trabajar allí me dijeron
que era demasiado joven y que tendría que esperar unos años. Me
sentí muy decepcionado porque mi idea era empezar lo antes
posible...Pero como soy una persona valiente y astuta, decidí
empezar a buscarme la vida como detective privado.
Me apunté a
una academia de detectives donde me hicieron un montón de pruebas
físicas y psicológicas. Estuve durante unas semanas aprendiendo las
técnicas de investigación. Me enseñaron a ser sigiloso, a
descubrir pruebas ocultas y a no confiar en nadie (solo en mí
mismo). Y tras un duro entrenamiento, conseguí mi licencia de
detective privado. Entonces, sólo me faltaba tener una guarida
secreta donde responder a las llamadas de mis posibles clientes. Y,
de repente, pensé que en el sótano de mi casa había un baño que
nadie utilizaba jamás y que, arreglándolo un poco, podría ser mi
despacho.
Me puse
manos a la obra. Utilicé la taza del WC como escritorio, la bañera
como almacén para guardar mis instrumentos, el bidé lo utilizaba
como butaca para mis clientes y me ingenié un sistema para que
cuando apretase la cisterna, se abriera una puerta secreta en el
fondo del baño con mi coche de espía.
Un día,
estando yo sentado cómodamente en mi butaca-water, me llamaron al
teléfono-escobilla avisándome de que se había cometido un delito.
La voz que sonaba al otro lado era misteriosa y siniestra. Según
contaba esa voz, en el banco oficial del país se habían robado 50
millones de dolares, había sido a plena luz del día y nadie había
visto al ladrón, ni siquiera los propios clientes. Por fin, la
persona que me hablaba se identificó. Era la jefa del banco que,
según me comentó, confiaba más en un investigador privado que en
un policía.
A mí me
pareció un poco sospechoso que las cámaras del banco no captaran
ningún movimiento, también me pareció extraño que no saltasen las
alarmas, era como si alguien de dentro estuviese compinchado con el
ladrón. Pero lo que más raro me parecía era hablar de un tema tan
serio sentado en la taza del wc.
Para
comenzar la investigación sin que lo supiera nadie me fui al banco a
buscar las huellas. Fingí que iba a sacar dinero y me metí por la
rejilla del cajero automático. Por suerte, la jefa del banco me
había dado un código para que se abriese la puerta secreta que daba
a la cámara acorazada. Una vez dentro, comprobé que había rayos
láser y todo tipo de trampas, pero yo llevaba conmigo una pastilla
de jabón que lo desactivaba todo. Entonces, empecé a indagar y vi
que las cámaras de seguridad estaban tapadas con una manta negra.
También me extrañó que el ladrón supiese el código de la caja
fuerte y, en una de las mantas que tapaban las cámaras, encontré un
pelo rojo que podría ser del delincuente.
Una vez
acabé de explorar la zona, me fui a mi despacho para analizarlo
todo. Abrí el grifo de la pila que era un escáner, aparté el
espejo tras el cual había un ordenador súper potente y cuando pasé
el pelo por el escáner la computadora me dijo que era el cabello de
una rata teñida (porque las ratas de Nueva York son muy presumidas).
Regresé al
banco muy disgustado porque me habían engañado como si hubiese
nacido ayer. Me fui a ver los vídeos de seguridad porque pensé que
deberían haber grabado a quien tapaba las cámaras. Me llevé las
cintas a mi baño y allí comprobé que una chica enmascarada se
había encargado del robo. Como la máscara era muy exótica y de ese
tipo sólo se venden en una parte de la ciudad, me dispuse a visitar
esas tiendas para ver si los comerciantes me informaban sobre una
chica que hubiese comprado una en los últimos tiempos. El tendero de
una de las tiendas me dijo que dos chicas absolutamente iguales
fueron a adquirir una máscara de ese tipo hacía dos días. Me
enseñó los tickets de compra firmados y comprobé que una de las
firmas me era conocida...
Al regresar
al banco para seguir con las pesquisas, me disfracé de cartero para
entregarle un paquete a la jefa del banco para que me firmase el
documento de entrega. Se quedó bastante sorprendida porque dijo que
no había pedido nada, pero al decirle que era un regalo de su
hermana, lo aceptó. ¿Y qué pensáis que sucedió? Efectivamente,
la firma del ticket de la tienda de máscaras era la de la directora
del banco.
Por lo
tanto, una vez averigüé esto, llamé a la policía para decirles
que la directora había robado su propio banco. Una barbaridad de
patrullas se dirigieron hacia su casa, entraron por la fuerza y
detuvieron a la primera mujer que se encontraron. Todo el mundo pensó
(incluido yo) que era la jefa del banco porque físicamente era
igual. Pero, cuando le hicieron firmar los papeles de su detención,
me di cuenta de que los firmó con la mano izquierda. Y entonces
recordé que cuando le entregué el paquete a la verdadera directora,
había firmado el documento con la derecha.
Cuando quise
avisar a la policía ya era demasiado tarde, no logré convencerles
con mi historia porque ellos lo que querían era cerrar el caso. Así
que tuve que resignarme y ver como la verdadera directora escapaba
con sus millones a París. A veces, una hermana gemela te puede
complicar un caso.
La clase de 5ºA